sábado, 14 de febrero de 2009


HENRY, DARWIN Y DIOS

Lord Henry, personificación del más extremo cinismo, dice al principio del libro: “Nuestra raza se ha quedado sin valor, quizás nunca lo tuvimos”. De esta forma, resume la más importante implicación filosófica de la obra de Darwin: destrona al hombre de su pedestal antropocéntrico y depura la especulación de su sobrevalorada identidad, devaluándolo al nivel que por su naturaleza le corresponde, un simio más. “El ser humano tiene el defecto de tomarse demasiado en serio... ese es su pecado capital”. Darwin es al hombre lo que Copérnico a la tierra: la tierra postuló éste, no es el centro del universo; el hombre nos enseñó aquel, no es la culminación de la naturaleza.
Henry, dicta una reveladora declaración de intenciones: “Yo sugiero que apelemos a la ciencia para que nos encamine…”. Lord Henry estaba convencido de que el método experimental es el único que nos permite llevar a cabo un análisis científico de las pasiones. Henry continuamente pone en duda la existencia de una moral universal y recta que nos diera sentido y que, por supuesto, no rige nuestros actos. Nos describe como animales dignos de estudio, no mejores que el resto y nos despoja de la necesidad de un Dios o bien supremo.
Darwin hizo lo mismo: su teoría de la evolución nos deja huérfanos. No es necesaria la existencia de un Dios creador para entender la nuestra. Nuestro destino no se ha trazado, ni encaminado por ningún bien superior, nuestro libre albedrío no es un Don Divino y no está exento del influjo de las leyes naturales que gobiernan al resto de los animales. Somos lo que somos por causa de la selección natural, en la que tiene mucho más que ver el azar que un prefijado destino superior de la humanidad. Nuestra existencia no tiene por que tener ningún fin. Dios, no sólo en física, juega a los dados.
Oscar Wilde pone en boca de Lord Henry una de las interpretaciones erróneas de la Selección Natural que más daño han hecho a la humanidad y al propio Darwinismo; aquella que podría resumirse como “La ley del más fuerte” y que presupone que la selección natural actúa tan solo a nivel de individuos, y por tanto favorece a los egoístas e individualistas, cuyo comportamiento tan sólo intenta maximizar el beneficio propio.
Esta idea ha sido totalmente superada, como ha demostrado la teoría de la selección natural multinivel: “En algunos ambientes, a nivel de individuo, los egoístas consiguen una mayor eficacia biológica, pero a nivel de grupos, los grupos con comportamientos altruistas, superan en términos de eficacia biológica a los que se componen de miembros egoístas”.

Ernesto Duque Pont

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